Call me by your name y la posmodernidad
La novela de André Aciman ganó especial popularidad en el año 2017, con su homónima adaptación cinematográfica. A pesar de haber visto en su momento la película, no llegué a leer el libro (publicado doce años antes) hasta hace unas semanas. La reflexión post-lectura me sorprendió con unas conclusiones e interpretaciones acerca de la narración relacionadas con su carácter cultural posmoderno, basándome en los preceptos que presenta David Harvey en su obra, La condición de la posmodernidad. Considero que estas reflexiones podrían resultarle interesantes a alguien, por lo que procedo a compartirlas.
Una de las características posmodernas que identifica Harvey es la aceleración del tiempo y la aniquilación del espacio. Es decir, al ser todo igual de alcanzable en todas partes (la gran "ventaja" de lo que llamamos globalización), la dimensión espacial pierde relevancia, mientras que la cada vez mayor acumulación de capital hace que su rotación (el proceso por el cual se transforman los ingresos en beneficios efectivos) deba ser cada vez más rápida, acelerando igualmente la dimensión temporal. Este fenómeno propio del modo de producción también ha afectado a los demás aspectos de la sociedad y sus productos culturales.
En el caso de Call me by your name, vemos cierta indiferencia, casi incluso desprecio, por la espacialidad. El lugar donde sucede la historia ni siquiera tiene nombre completo (tan sólo se menciona la ciudad B). Sí se muestran frecuentes referencias a Italia, pero las descripciones del espacio son más bien vagas y en ocasiones inexistentes. El único pasaje del libro en el que el lugar cobra protagonismo es hacia el final, durante el viaje a Roma, donde se mencionan sitios específicos de la ciudad y se llega a explicar en detalle las características de un barrio bajo la oscuridad de la noche, donde los protagonistas escapan de una cena con más gente y comparten varios momentos íntimos. En muchas novelas, las descripciones vagas o genéricas del espacio tienen la intención de que el lector se sienta identificado con el lugar en el que transcurre la historia, pero debido a la deixis espacial (vaga, pero existente) que presenta la obra en referencia a Italia, no considero que éste sea el caso.
Al contrario que con la espacialidad, sí se juega con la temporalidad. El tiempo es explícitamente distorsionado al servicio del interés narrativo: la intensidad con la que sucede todo en apenas seis semanas; la lentitud del principio y la celeridad del final. Los altibajos en la relación de Oliver y Elio y la naturaleza de la misma hace que parezca que pasan semanas en el transcurso de lo que sólo son días. Sin embargo, según se estrecha la relación, la trama parece avanzar más rápido y lo que sucede en horas parece acontecer a lo largo de meses. Es decir, el tiempo se acelera todo el rato, excepto en la noche de Roma (el mismo pasaje donde el espacio es destacado), que parece eternizarse.
Aquí está, de hecho, el quid de la cuestión. Lo relevante en Roma es mostrar la eternidad de su amor, que se ve explícitamente en la cuarta parte del libro. Pasan diez, quince, veinte años, y aunque sus vidas se hayan separado por completo, siguen manteniendo un profundo amor el uno por el otro, pues no importa cuánto tiempo pase, lo que ellos compartieron una vez trasciende la dimensión terrenal.
Ésto me lleva al siguiente punto. El autor mezcla lo sexual (lo material) con lo espiritual (la metafísica). El ejemplo que mejor lo ilustra es la famosa escena de Elio masturbándose con el melocotón. Se trata de un acto puramente mundano, salido de un impulso hormonal, químico y por tanto, tangible. Por el contrario, la escena en la que Oliver se come ese mismo melocotón no es, en absoluto, física. Representa lo estrictamente espiritual y ascético. Elio eyacula en la fruta y deja ahí su semen, pero Oliver no come su “semen”, sino su sustancia. Prueba la esencia, el alma de Elio y la introduce en su interior. De este modo, una parte de Elio pasa a ser parte de Oliver, que es lo mismo que sucede durante la también famosa escena de sexo: “Call me by your name and I´ll call you by mine”. Elio es Oliver y Oliver es Elio. No existe un tú y un yo, son Uno. Y este Uno trasciende todo lo que caracteriza el mundo material, incluídas las dimensiones del espacio y del tiempo.
El ascetismo que caracteriza su relación hace que ésta perdure en el tiempo, el cual no para de acelerarse. Los diferentes encuentros posteriores a Roma muestran, muy dolorosamente, cómo la unicidad de lo que tuvieron no puede escapar al tiempo, ni tampoco al espacio, el cual destaca paradójicamente, en la última parte del libro, por su carácter débil e indiferente, que como hemos visto, es propio del marco paradigmático de la posmodernidad.
Las páginas finales de la historia están dedicadas a observar cómo afecta el paso del tiempo en la relación, pero no el espacio. Es más, el problema de que Oliver se vaya de Italia no es la distancia, sino el tiempo que pasará hasta que vuelvan a verse, y todo lo que puede suceder en ese tiempo. Se muestra la temporalidad como factor determinante de las cosas, y se pretende demostrar que ni esta dimensión es capaz de resentir su relación. Por su parte, la dimensión espacial no se contempla en absoluto tan poderosa.
En general, diría que es una obra que responde a los estándares culturales posmodernos, de corte más bien liberal, ya que mezcla lo físico con lo ascético. Desde luego, tiene un carácter muy filosófico, con una fuerte presencia de las corrientes presocráticas y del judaísmo. En definitiva, se podría decir que Call me by your name es una obra hija de su tiempo. O al menos esa es mi (humilde) interpretación.
Comentarios
Publicar un comentario