1848: La primavera de los pueblos
El 24 de febrero de 1848 se publica en Londres el Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Karl Marx y Friedrich Engels, por encargo de la Liga de los Comunistas. El mismo día, el pueblo de Francia proclama su II República y da comienzo a la revolución europea. Para marzo, la revolución había llegado a Alemania, Italia, Viena y Hungría. El movimiento obrero tuvo un desarrollo brutal, seguido del más rápido fracaso. Es un período digno de estudio, y por eso procedemos a analizar su evolución.
En la década de 1840 a 1850, la industrialización trajo consigo enormes avances tecnológicos (mayor conocimiento del mundo, comunicaciones más rápidas, aumento del comercio y la población…), pero todo esto se conseguía bajo unas condiciones deplorables para la clase obrera. Era innegable la existencia de una espantosa pobreza. Pese a los avances, la prosperidad de los trabajadores pobres no era mayor que en épocas anteriores.
La publicación del Manifiesto Comunista en 1848, así como sus subsiguientes ediciones en los próximos años, no es casualidad. Se publicó a la vez en inglés, alemán, francés, italiano, flamenco, danés y polaco. Esto da cuenta de un desarrollo industrial y de conciencia de clase en los países donde se hablan estas lenguas. Las revoluciones del 48 fracasarían rápidamente, debido a que los liberales moderados e incluso algunos políticos radicales se unieron a las fuerzas conservadoras de los antiguos regímenes, ante la amenaza que el movimiento obrero suponía contra el actual orden social. La revolución quedó exclusivamente en manos de los trabajadores pobres, carentes de los recursos necesarios para hacer frente a la oposición. Se restaurarían los antiguos regímenes y estos harían concesiones a los liberales, haciendo de los años 50 una década muy reaccionaria y de liberalización económica. Sin embargo, el comunismo había logrado avances que permanecerían, y éste no sería el final de la lucha obrera.
En 1864, había tenido lugar la Primera Internacional, formada por sindicalistas, anarquistas, socialistas y republicanos. Tenía como objetivo la organización de la clase proletaria en todos los países (haciendo honor al celebre aforismo del Manifiesto). Sin embargo, pronto aparecerían las diferencias entre el socialismo científico de Marx y el anarquismo colectivista de Bakunin. La escisión formal entre ambos ideólogos se dio en 1972, separando el anarquismo del marxismo. Hasta este momento, Marx y Engels habían dudado de su postura frente al socialismo, el cual se había basado en la redacción de utopías literarias (lo que se conoce como socialismo utópico). Ésta es la principal razón por la que el Manifiesto del Partido Comunista no fue titulado Manifiesto Socialista, pero a partir de la Primera Internacional, aceptan sólidamente el socialismo.
En 1872, se reimprime una nueva edición del manifiesto en Alemania. Un año antes, París había presenciado la breve Comuna de París, en la que el proletariado había tomado el poder del gobierno. En el prólogo, además de explicar sus nuevas ideas respecto al socialismo, Marx y Engels reconocen no haber tenido tiempo de analizar el período que va de 1847 a 1872.
En Rusia, Mijaíl Bakunin había traducido el manifiesto en 1860. En el 68 la servidumbre es abolida en este país. La segunda edición se publica en 1882, traducida esta vez por Vera Zasulich. Un año antes, el zar Alejandro III había subido al poder, pero su mandato acabaría en 1884. Su hijo, Nicolás II, sería el último zar. Los autores del manifiesto veían en Rusia el potencial para extender la revolución por todo el continente, lo que demuestra un resurgimiento del movimiento obrero.
En 1883 se publica una nueva edición alemana. El 14 de marzo de este mismo año algo terrible había sucedido: Karl Marx fallece en Londres como apátrida. En el prólogo, su amigo y camarada Friedrich Engels resalta la idea principal del manifiesto, que se basa en el materialismo histórico y el socialismo científico: el modo de producción y su consecuente jerarquía social determina la Historia, que es la Historia de la lucha de clases, entre opresores y oprimidos. Siete años más tarde, ve la luz una nueva edición alemana. En este caso, Engels escribe con un objetivo claro: dar vista del recorrido del movimiento obrero hasta ahora y exigir una jornada normal de ocho horas.
En 1893 se publica una nueva edición italiana, en cuyo prólogo Engels hace remisión a la Revolución de Milán, tras la que Italia se emancipó del dominio austríaco. Sin embargo, esto sólo había ayudado a la burguesía a tomar el poder. El autor pone otros ejemplos como el italiano: Alemania, Hungría y, pronostica, Polonia. Engels aprecia una fuerte unión internacional de la clase obrera y ve plausible una nueva revolución italiana que culmine con la emancipación del proletariado.
Aunque todos los llamamientos a la revolución que hicieron los autores a los diferentes países fracasaron, la proliferación de todas estas ediciones y sus respectivos prólogos ponen de manifiesto que el “fantasma del comunismo” no había dejado de recorrer Europa. En 1917, el pueblo ruso llevaría a cabo la revolución con la que se construye la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La militancia comunista de todo el continente jugaría un relevante papel en la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Inclusive en la actualidad, tampoco podemos negar la existencia de organizaciones y militantes socialistas y comunistas. Si algo debe quedar claro, es que el movimiento obrero todavía no ha llegado a su ocaso.
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