2 de septiembre
Era miedo. Era emoción. Incertidumbre, preocupación cargada de nostalgia y un pequeño avismo de culpabilidad, c ausado por esa pequeña vocecita que pululaba en mi cabeza cada cierto tiempo, susurrando las trágicas palabras d e l «no te lo mereces », a pesar de saber que sí lo merecía. Pero por encima de todo, el verdadero sentimiento predominante no era más que el vértigo. Al fin se acercaba el gran cambio que arrollaría mi pasado y resurgiría una nueva versión de mí mismo. Fui acompañado en el inicio de aquel viaje, un 2 de septiembre. No parecía real, pero era verídico. Y de pronto llegó la noche y me quedé solo, sabía que lo haría. Estar solo no era algo malo, pero no lo estuve por mucho tiempo. Fui llamado. Y acudí a la llamada. Fui subido a un escenario. No le tengo miedo a los pedestales, pero esta vez estaba temblando, pues no era un pedestal; era la silla del novato. Aun así logré presentarme -lo hice como pude- y la gente aplaudió -yo creo...